Muchas personas han crecido con la sensación de que algo no funcionaba
bien dentro de ellas. Que ya desde su etapa infantil tenían dificultades para
mantenerse atentos en clase, para estarse quietos en situaciones sociales en
las que eso era lo adecuado; que se frustraban, que eran más impacientes que la
mayoría o excesivamente lentos o torpes o que no comprendían por qué algunas de
las cosas que hacían provocaban reacciones tan exageradas en los demás. Algunos
incluso recordarán que sus amigos se reían de ellos por estas cosas y que eso
les llevaba a meterse continuamente en conflictos. Esto puede haber
persistido durante la adolescencia e incluso hasta la edad adulta, y en
esta etapa, es posible que continúen sufriendo estos síntomas.
Muchas veces incluso pueden haber tenido problemas por no haber recordado algo que era importante para otros, o por haber reaccionado de forma desmedida ante una situación concreta.
O se han visto envueltos en peleas o discusiones con compañeros de trabajo o amigos, sin saber muy bien de dónde venía esa fuerza que les llevaba a obrar de una forma que no les gustaba…pero tampoco sabían cómo parar y seguían comportándose inadecuadamente sin querer, simplemente porque les costaba ser dueños de sus actos…y esto les ha llevado a sentirse culpables.
Muchas veces incluso pueden haber tenido problemas por no haber recordado algo que era importante para otros, o por haber reaccionado de forma desmedida ante una situación concreta.
O se han visto envueltos en peleas o discusiones con compañeros de trabajo o amigos, sin saber muy bien de dónde venía esa fuerza que les llevaba a obrar de una forma que no les gustaba…pero tampoco sabían cómo parar y seguían comportándose inadecuadamente sin querer, simplemente porque les costaba ser dueños de sus actos…y esto les ha llevado a sentirse culpables.
Puede que perciban que no pueden llegar a los detalles sutiles de las
cosas y que, por ello, por esos pequeños detalles, sus trabajos disminuyen en
calidad o que lo que ellos hacen tiene menos valor que lo de los demás.
Todas estas circunstancias dificultan su desarrollo personal,
familiar y profesional y, en algunos casos, se cobran un precio muy
alto en forma de problemas con la justicia, uso o abuso de drogas, accidentes
de tráfico frecuentes, despidos repetidos de distintos trabajos o síntomas
francos de ansiedad o depresión.
A veces los problemas no son tan graves pero producen mucho malestar en forma de sensaciones de inadecuación, de escasa eficiencia o de inseguridad en sus propias capacidades.
A veces los problemas no son tan graves pero producen mucho malestar en forma de sensaciones de inadecuación, de escasa eficiencia o de inseguridad en sus propias capacidades.
En casa puede ser difícil comprenderlos porque presentan un
comportamiento raro a ojos de los demás, porque no recuerdan un recado que
alguien les dio, olvidando lo importante que era para la otra persona; porque
reaccionan de una forma exagerada ante la mínima contrariedad o porque llevan a
cabo las labores domésticas sin el cuidado requerido.
En el trabajo, los compañeros pueden pensar que son distraídos, que no
escuchan, que no siguen las instrucciones, “que pasan de todo”, que son
descuidados.
Entre sus amigos pueden ser “los despistaos” o los imprevisibles, “a los
que se les va la olla”; y lo mismo entre los vecinos o conocidos.
Y esto que les hace sufrir…que les hace la vida más difícil… puede ser
debido a un trastorno no diagnosticado. Porque cuando los adultos actuales eran
más jóvenes había muy pocos especialistas que prestaran atención a estos
síntomas y se tendía a etiquetarlos como niños
problemáticos, malcriados o vagos.
A estos niños se les dedicó poca o ninguna atención e incluso se les apartó de los que seguían una senda “normal” de desarrollo, de los buenos. Muchas de estas personas son cariñosas, inteligentes, creativas y consiguen llegar a metas muy altas, pero sienten que el esfuerzo requerido es mucho mayor para ellos que para otros. Además, hace años los niños no estaban expuestos a la inmensidad de estímulos que ahora nos rodean (teléfonos móviles, alarmas, posibilidades de actividades extraescolares, tráfico, luces, etc.).
A estos niños se les dedicó poca o ninguna atención e incluso se les apartó de los que seguían una senda “normal” de desarrollo, de los buenos. Muchas de estas personas son cariñosas, inteligentes, creativas y consiguen llegar a metas muy altas, pero sienten que el esfuerzo requerido es mucho mayor para ellos que para otros. Además, hace años los niños no estaban expuestos a la inmensidad de estímulos que ahora nos rodean (teléfonos móviles, alarmas, posibilidades de actividades extraescolares, tráfico, luces, etc.).
En muchos casos, estos adultos padecieron y siguen padeciendo un
TDAH, y nadie es culpable de sufrir un trastorno.
Diagnóstico
Diagnóstico
Actualmente
el TDAH se considera el trastorno mental no diagnosticado más común en
los adultos. Con frecuencia, los adultos con TDAH son diagnosticados cuando
se lo diagnostican a sus hijos y les preguntan si ha habido algún caso en la
familia. Entonces el padre o madre del chico/a en cuestión hace un repaso a su
historia personal y se siente identificado con lo que ahora le está ocurriendo
a su hijo. Incluso comienza a darse cuenta de que se ha acostumbrado a vivir
con unos síntomas que le dificultan mucho el día a día. Hasta hace
relativamente poco, se pensaba que los niños y adolescentes que padecían un
TDAH iban mejorando con la edad y que al llegar a la etapa adulta, los síntomas
disminuirían en intensidad hasta desaparecer. Sin embargo, en los últimos años,
se ha terminado por aceptar que muchos adultos continúan presentando síntomas
de TDAH, y por lo tanto, son susceptibles de intervenciones que les permitan
vivir mejor y reducir esos síntomas tan molestos. Las investigaciones actuales
estiman que en torno a un 65% de los niños diagnosticados con TDAH
pueden continuar presentando en la edad adulta síntomas como
inatención, impulsividad e hiperactividad, que son los característicos del
trastorno y que están presentes desde antes de los 6 años de edad en
aproximadamente un 2-4% de los adultos. Mientras en la infancia, se presenta en
una relación de 3 niños por cada niña, en los adultos, la relación es de 2
hombres con TDAH por cada mujer, o incluso menor.
Hoy sabemos
que el TDAH tiene un componente hereditario, que hace que sea más
frecuente entre hijos de padres que lo padecieron, por eso es más fácil que en
adultos esté presente entre los padres de niños diagnosticados.
Si uno sospecha
que padece o puede haber padecido un TDAH, antes de acudir a un especialista
debe formularse preguntas del tipo de:
o
“¿Tengo
evidentes dificultades para mantener la atención?
o
¿Estoy
continuamente moviéndome?
o
¿Siento esto
esto desde que era un niño?
o
¿Me cuesta
controlar mi temperamento?
o
¿Estoy
frecuentemente de mal humor?
o
¿Me ocurre
esto en el trabajo…en casa…en la calle, en casi todos los sitios?
o
¿Mi familia o
amigos me dicen que tengo un problema de este tipo?”
Si la mayoría
de estas respuestas son afirmativas, lo recomendable es acudir a un
especialista, ya que el diagnóstico no es fácil. Una vez determinado que lo
padece hay varias medidas que se pueden tomar para mejorar la situación.
Los actuales
criterios diagnósticos para el TDAH en adultos son muy similares a los de los
niños según el Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales
(DSM-IV) y pueden definirse como:
1. Dificultad para prestar atención a
pequeños detalles o comisión de errores por descuido en el trabajo.
2. Movimiento constante de manos o pies, o
inquietud en la silla cuando se supone que debería permanecer sentado.
3. Dificultad para mantener la atención de
forma sostenida en sus tareas o incluso durante sus actividades de ocio.
4. Incapacidad para estar quieto en
situaciones sociales en las que se esperaría que lo estuviera.
5. Sensación de que no escucha incluso
cuando se le habla directamente.
6. Sensación de inquietud e intranquilidad
interna.
7. Dificultad para seguir instrucciones y
terminar adecuadamente los trabajos.
8. Dificultad para disfrutar de actividades
tranquilas en sus ratos de ocio.
9. Dificultad para organizar sus
actividades de la vida diaria (planificación y manejo del tiempo).
10. Sensación de estar en movimiento
constante “como con un motor dentro”.
11. Evitación de trabajos que requieran un
esfuerzo mental sostenido y posposición crónica de tareas (“Ya lo haré más
adelante”).
12. Excesiva locuacidad.
13. Facilidad para perder cosas.
14. Respuestas impulsivas, incluso
anteriores a que terminen de preguntarle.
15. Excesiva facilidad para la distracción.
16. Dificultad para esperar su turno.
17. Olvidos frecuentes de obligaciones
diarias.
18. Interrupciones e intromisiones
constantes en las conversaciones y actividades de los demás.
No todas las
personas con TDAH presentan todos los síntomas ni con el mismo nivel de
gravedad. Cada persona tendrá su propio perfil sintomático que tendrá como
resultado una mayor o menor merma de su calidad de vida, y estos factores deben
considerarse a la hora de decidir el mejor tratamiento para cada uno. Muchos
lograrán llevar una vida feliz y productiva.
Un psicologo
especialista en TDAH es el profesional ideal para llevar a cabo una
exhaustiva evaluación clínica, que es el método definitivo de diagnóstico. No
hay exploraciones complementarias definitivas (ni resonancias ni
electroencefalogramas ni análisis de sangre…), que garanticen el diagnóstico,
ya que los criterios de evaluación son puramente clínicos, como acabamos de
ver.
La evaluación
clínica incluye una recogida exhaustiva de datos de la historia clínica,
con especial hincapié en la historia del desarrollo temprano, de su curriculum
escolar, de su trayectoria profesional y de sus experiencias en las relaciones
sociales, y esto suele precisar de entrevistas de no menos de dos horas, en una
única sesión o dividida en dos o tres sesiones. Lo ideal es que además acuda a
la consulta con el interesado algún familiar que pueda aportar información
adicional (alguno de los padres o algún hermano que pueda complementar la
historia del desarrollo temprano y corroborar las percepciones actuales del
evaluado). Es importante tomar información acerca de cómo se desenvuelve en los
distintos ambientes.
Como ya hemos
mencionado en otros apartados, tanto el diagnóstico como el plan de tratamiento
deberían hacerse de forma individualizada, teniendo en cuenta las particulares
características de cada persona, la composición de su familia, el tipo de
trabajo que realiza y los medios de los que dispone.
Tratamiento
Tratamiento
Teniendo en
cuenta las dificultades que estos adultos encuentran en el desarrollo de sus
actividades diarias, para muchos de ellos, el simple hecho de tener un
diagnóstico claro y una orientación terapéutica posterior a la evaluación
clínica, ya les proporciona una importante sensación de alivio. Este alivio
procede fundamentalmente de la liberación de culpabilidad que genera una
explicación coherente a eso que notaban dentro y a lo que no sabían cómo
enfrentarse. Liberarse de culpa permite mejorar la percepción
que tienen de sí mismos y comenzar a elevar su autoestima, que es
uno de los puntos cardinales del tratamiento.
Existen
diversos abordajes terapéuticos que pueden ayudar a estas personas a manejar
los síntomas que hemos descrito antes. Lo primero que suele hacerse es psicoeducación,
es decir, un afrontamiento del trastorno consistente en la transmisión de
información por parte del especialista tanto a los adultos diagnosticados como
a los miembros de su familia, acerca de la naturaleza del trastorno y su
tratamiento, que se acompaña del ofrecimiento de un marco en el que poder
mejorar la transmisión de las emociones que acompañan al padecimiento de los
síntomas y una mejoría de la comunicación global con los demás. Vendría a ser
la creación de un entorno más favorable, primero en el ambiente familiar. Este
primer paso, crea una base de confianza sobre la que poder construir el proceso
de recuperación, los cimientos de un nuevo planteamiento de vida, que precisará
de algún tiempo hasta adaptarse a las necesidades de cada persona.
Posteriormente, habrá que realizar ajustes en los ambientes en los que más
evidentes sean los síntomas.
Muchas de
estas personas presentan problemas en el trabajo. En estos casos, una intervención
psicoterapéutica que permita un acompañamiento del paciente de tipo
“coaching”, en el que conseguir ajustar las condiciones laborales a sus
necesidades, suele ser de gran eficacia. Concienciar a las personas más
cercanas al paciente, de forma parecida a como se realiza con la familia, puede
ayudar en algunos ambientes. Si sus compañeros y/o jefes conocen que usted es
más “lento” o “disperso” o “rápido pero atolondrado” que la mayoría y a la vez
confían en que ese tiempo extra les permitirá hacer bien su trabajo, la
relación laboral generalmente mejorará. Adoptar estrategias prácticas que permitan
priorizar lo importante (confección de listas, recordatorios en diversos
lugares, alarmas en determinados momentos, concreción de un plan con tiempos
definidos para las distintas secuencias, etc.) puede ser muy útil para no
sentirse perdido en ese proceso. Otro tipo de intervenciones posibles son
una psicoterapia de tipo introspectivo que permita
afrontar las dificultades del día a día, tratando de reconocer patrones
que se han repetido de forma desadaptativa a lo largo de la vida, para tratar
de encontrarles una explicación que nos permita sustituirlos por patrones más
adaptativos, a través de técnicas de escucha activa, clarificación,
confrontación, interpretación, etc. Otras intervenciones pueden ir enfocadas al
momento, al aquí y ahora, para tratar de superar las dificultades concretas que
están encontrando, como ocurre con las psicoterapias de orientación
cognitivo conductual. O dirigiéndose a un ámbito concreto de la vida de la
persona, como pueden ser las relaciones interpersonales, en la psicoterapia
interpersonal, que puede ayudar a manejar mejor la interacción con otros.
También una perspectiva más cognitiva que busque modificar
ideas que han pervivido durante años en la cabeza de la persona de forma
rígida, a las que se les ha dado entidad de verdad y que muchas veces proceden
de aprendizajes distorsionados o experiencias traumáticas, puede ayudar a
generar nuevos planteamientos de vida que ayuden a minimizar el sufrimiento.
Hay diversos abordajes psicoterapéuticos que pueden ayudar a estas personas y
en cada caso habrá un tratamiento que irá mejor. Hemos mencionado sólo algunas
de las opciones más utilizadas habitualmente, pero eso no quiere decir que no
haya otras también interesantes y es el especialista quien mejor puede
determinar el que mejor se adapta a cada persona.
Por supuesto,
al igual que en niños y adolescentes, los adultos pueden beneficiarse de
los tratamientos farmacológicos que se utilizan en los más
jóvenes, como el metilfenidato en sus distintas formas de liberación, las sales
anfetamínicas y la atomoxetina, ajustando las dosis al peso y las
características de cada persona. Para los casos más graves, las investigaciones
comparativas de diferentes tipos de tratamiento coinciden en que lo mejor para
mejorar los síntomas del TDAH es la combinación de medicación y
psicoterapia. En los casos más leves podrían bastar algunas de las medidas
mencionadas anteriormente.
En muchos casos, va a ser
necesario tratar alguna de las complicaciones a las que puede
llegarse mientras se padece el TDAH, y en ese caso es posible que haya que
lidiar con una afectación del estado de ánimo, ansiedad, insomnio, abuso de
sustancias, abstinencia a sustancias, etc. En ese caso los tratamientos deben
ser orientados por el especialista de forma personalizada e incluso puede ser
necesario el uso de medicación ansiolítica, antidepresiva, etc. Como ya hemos
mencionado, hay una variedad de aspectos de comportamiento social, académico,
vocacional o de relaciones interpersonales que pueden ser atendidas por el
especialista, para tratar de conseguir ajustes que minimicen los defectos de
cada persona y promocionen sus virtudes. Muchos adultos con TDAH pueden tener una
vida feliz y productiva en muchos ámbitos.
By E. d'Ornano, adaptado por Fernando Bryt
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